31 mayo, 2006

Un resto del constructivismo












Moscú se encuentra en obras, invadida por los andamios y las grúas. La verdad es que, tal y como está buena parte de la ciudad, la epidemia de fiebre constructora que amenaza con alicatar todas nuestras costas y que ha llegado hasta aquí con el retraso tradicional, se hace sencillamente necesaria.
Moscú es una ciudad muy interesante. Es una megapolis caótica y urbanisticamente anticuada, de planta radial - como todas las ciudades de origen medieval- pero de tejido arquitectónico destrozado por el paso del tiempo, el desinterés por la armonía y las veleidades estéticas ideológico-mastodónticas del comunismo y de su actual alcalde.
Moscú luce desde el aire como una manta de retales, alternando zonas de viviendas más o menos homogéneas con zonas industriales dentro de la ciudad (e incluso cerca del centro) y grandes espacios verdes. A excepción de la zona lindante con el Kremlin, casi todos los barrios antiguos han visto sajada su faz historica con edificios de paneles baratos de grandes dimensiones - celdas para el proletariado-, y monumentos megalómanos nacidos del ego y del apetito de la clase dirigente actual.
No es una ciudad de paisajes, de miradores... Moscú es una ciudad de rincones, de patios, de joyas o de mostruosidades, de carbunchos semiocultos. Hay que patear sus calles y meterse en todas las calles y por detrás de todos los edificios, porque siempre hay algo escondido que merece la pena ser visto.
Los rusos nunca se han preocupado mucho por el aspecto exterior de sus casas. No conforman un colectivo ni muy limpio, ni muy ordenado; no son unos fanáticos del orden y la limpieza como sus vecinos los suecos o los alemanes, aunque tampoco son tan guarros como los chinos. Quizá por esto la mayoría de los monumentos, caserones, palacetes, residencias y demás legados históricos están, si no en ruínas, sí cubiertos de polvo, desvencijados, abandonados.
Pero, a veces, son susceptibles como los adolescentes cuando reciben críticas indirectas como la reciente de una organización internacional de arquitectos al incluír una pieza única de la arquitectura mundial en un listado de edificios ruinosos y olvidados.
Se trata de la Casa Narkomfina, un clásico absoluto. El edificio fue construido durante el periodo entre 1928-1930 para los funcionarios del Comisariado Popular de Finanzas, según el proyecto de Moisés Ginsburg e impulsado por el comisario de finanzas de entonces, que era gran amante de la arquitectura de vanguardia.
El edificio ha sido dejado de la mano de Dios y desde hace ochenta años, nadie se ha preocupado por darle ni una mano de pintura. En la mitad de los apartamentos no vive nadie porque son inhabitables. Hoy únicamente es visitado por arquitectos de todo el mundo que lo han hecho lugar de peregrinación profesional obligada, por los mendigos sin casa que se se refugian en sus rincones abandonados y por las escasas familias que lo habitan.
Bien es verdad que para el lego en la materia del ladrillo, la escuadra y el cartabón, el edificio de marras es un esperpento que apetece demoler al instante (lo mismo han debido pensar los mandamases de esta ciudad desde hace muchos lustros), pero, claro, el lugar tiene su historia y un transfondo que lo hacen único.
El Dom Narkomfina es uno de los pocos ejemplos del constructivismo tan en boga a principios del siglo pasado y, probablemente, el único que llegó a ser plasmado hasta sus últimas consecuencias. Es un canto a la economía, a la lógica y es un reflejo de la sociología de la época. No existe el primer piso, el edificio se sostiene sobre multiples pilares. Para ahorrar espacio los apartamentos carecen de cocina y de baño aunque ,paradójicamente, en algunos punto del edificio los techos son de hasta siete metros de altura. En la Rusia post-revolucionaria había un gran déficit de viviendas y la filosofía comunista de la época presuponía que los trabajadores solo debían estar ocupados en sus tareas de producción.
Las actividades lúdicas y de sustento recaían en otros trabajadores, así, de la preparación de comida, del lavado de la ropa y de las instalaciones de higíene personal se ocupaban otros operarios. Para esos menesteres, al lado del Dom Narkomfin, existía (y todavía existe) un edificio secundario adonde todos los días los inquilinos del mismo se dirigían para alimentarse y lavarse.
Otra de las peculiaridades de esa casa es que todas la ventanas de los dormitorios están orientadas hacia el este para que los primeros rayos del sol se colaran por las ventanas y despertaran a los trabajadores para que se pusieran manos a la obra (puede que por esto en Rusia nunca ponen persianas en las ventanas).
Una lugar sacada de la cualquier novela utópica, una casa teórica, ideológica al estilo "1984" de Orwell o "Un Mundo Felíz" de Huxley. Sociedades monstruosas, comunales, de insectos, que la mente humana intentó imponer y que fracasaron ante la naturaleza individualista del simio que somos.
De todo aquello nos ha quedado un eco en forma de vivienda que para evitar que diluya en el tiempo, quieren convertir en un hotel.