12 julio, 2006

La siesta de la razón (prescindible)

Alf tiene razón al decir que todo esto de las bitácoras no es mas que un autobombo, una ventanita democrática y pseudo-impersonal desde la cual exhibirse y, en cierto modo, venderse al mejor postor, sin “las desventajas del directo”.

Al igual que nuestro simpático extraterrestre, yo no tengo ninguna intención de intentar excluirme de la lista de exhibicionistas porque, a pesar de que hay niveles, todos pecamos de lo mismo: unos presumen de las cosas que han hecho y otros de cómo las han hecho; unos sitúan al yo por encima de todo y otros lo encubren con la impersonalidad y la perspectiva. Pero todos buscamos el hecho diferencial, todos buscamos que admiren nuestra excepcionalidad.

Y será porque, en el fondo, a mí no me gusta ser del todo consciente del estar en el escenario, pero, últimamente, me está empezando a dar un poco de vergüenza escribir estos textos. Bueno, quizás no sea vergüenza y sea decepción, pero tanto da. Y no porque todos seamos iguales (no es resentimiento), sino porque somos todos excepcionales y ya no quedan facetas escondidas que pulir, resaltar o hacer brillar. Las experiencias se repiten, las alegrías suelen ser comunes y las penas están ya la mayoría tipificadas.
Repetición.

Quizá el estilo, quizá la forma de contar...¿le importa a alguien esto? ¿le importa a alguien algo? No sé, no creo... además de que la forma de contar depende del estado de ánimo, de lo que lleva uno dentro en un momentos determinado y no de la maestría que uno demuestre juntando letras. El estilo, la planta, la pose, la figura, son cosas de las que no es demasiado elegante presumir porque sin un trasfondo no dicen nada. Están ahí y basta. Surgen, crecen, se muestran, se demuestran, se vierten... como las uñas, como el pelo.

Y es que en esta vida todo hay que tomárselo de una forma más natural y menos dramática. Mi “penúltima” visita a la necrópolis de personalidades de la vida cultural y política de Rusia del siglo XVIII que hay en el territorio de la Lavra (catedral) de Alexander Nevsky en San Petersburgo me hizo reflexionar sobre ello. Esta es, en fondo, una reflexión millones de veces hecha y miles de veces expresada con brillantez a largo de la historia sobre la futilidad de la vida humana y sobre las tribulaciones de los hombres.

Paseando entre tumbas de prohombres y mujeres de la época. Caí en la cuenta de que no conocía a casi nadie, ni yo ni mis acompañantes rusos. Alguno de los difuntos ha quedado como eco en algún manual de historia. Un par de excepciones, como Mijaíl Lomonosov, han sobrevivido y la gente se acuerda de ellos, pero el paso del tiempo los deshumanizará y los convertirá en mitos, en figuras irreales muy alejadas de su esencia humana y de los hombres y mujeres que fueron.

En fin, que el que quiera desarrollar esto de los blogs o bitácoras y dedicarse al strip-tease intelectual pues que lo haga. Lo importante es mantenerse ocupadito el mayor tiempo posible. Y ¿quién sabe? Igual la terapia surge efecto y con las pastillitas se va por fin la depresión de tantos años y con ella este estilo viscoso y somnoliento de resina de pino medioseca; y estas pajas mentales plasmadas en papel que algunos pierden su tiempo en leer.
Así, os dejaré en paz para siempre.