10 octubre, 2006

Vacaciones

No voy a veniros con el cuento de que he vuelto renovado y pletórico de fuerzas de mis vacaciones. No es así. Pero lo cierto es que no me han venido mal para desbloquearme. La monotonía del día a día entontece, adormece y acaba por desfondar psíquicamente para agarrotar físicamente. El cambio de raíles que representa las vacaciones con su otro aire, otra luz, otro ritmo, diluye por un tiempo la herrumbre de la conciencia.

¡Qué bonito es poder dormir la siesta! a veces hasta las seis de la tarde, a veces inmediatamente después de comer, a veces tras haber pasado unas decenas de páginas de un libro intranscendente... y levantarte medio cocido, incapaz de concentrarte en nada pero con el lujo de poder estar en babia un par de horas más para despejarte del todo. Y desayunar, y comer, y merendar perezosamente, sin un horario muy fijo, con otra compañía diferente a la habitual, con otras conversaciones, con otros olores...

Las vacaciones auténticas, las que relajan y recuperan, son las que rompen los ritmos y resquebrajan los reflejos, las que desatascan los resortes del alma olvidados por las actividades cotidianas, las que son un tiempo para reinventarse a un mismo, un reto para probarse fuera del mecanismo del horario previsto. Esas, normalmente transcurren lejos de los circuitos de lo habitual, rodeados de caras desconocidas o no demasiado vistas. Un país desconocido o en la casa de la niñez, lugares donde nada ha ocurrido y se espera lo mejor o donde todo ya ha ocurrido y solo se recuerda lo mejor.

Es una pena que el efecto de las vacaciones se pase tan rápido y que el auténtico disfrute de las mismas no pueda prolongarse demasiado sin que se transforme en rutina desidiosa. Probablemente sea porque estamos hechos así, animales de contrastes, de dosis, de curiosidad y de inquietud.

En cualquier caso, de vuelta al tajo gris, a la espera de esas estupendas vacaciones futuras con el buen sabor de boca de las pasadas.