13 abril, 2007

Unos días con Balbo

Bueno, me bajé a las puertas del Moro. Se veían las costas infieles desde las playas de Conil, pero me quedé allí y no me fui más al sur. Todavía no se me ha perdido nada por esos pagos y no tenía costo que comprar ni fumar... Creo que cualquier cosa que diga está de más. A lo largo de más de tres mil años de historia los incontables viajeros a estas tierras ya lo deben haber dicho todo: lo bueno y lo malo (sobre todo lo primero). Describir sus larguísimas playas, la solemnidad del océano, sus sorprendentes verdes praderas de montaña, su gente y el delicioso pescaíto en adobo no tiene sentido. Para eso ya están las guías de viajes.
Todos los viajes son sensaciones y reminiscencias, comparaciones y emociones. Viajar es vivir, despertar del sopor de lo cotidiano. Viajar es un placer, aunque un placer cansado porque, aunque te lleven en andas, no se puede hacer las cosas inconscientemente, economizando fuerzas, tienes siempre que prestar atención, hasta cuando duermes, ya agotado.
Sobre esto último prefiero no abundar mucho porque he llegado en la reserva. He de reconocer que este viaje... ya no son edades de trasnochar tanto ;-)
Noche, ha habido mucha noche en carretera, ratos para pensar y para perderlos pensando; sueño a puñados, a capachos, y cabezadas a media vigilia contra el cristal del autobús. Ha habido tiempo, poco tiempo; prisas, demasiadas cosas que ver y hacer. Escasez.
Las imágenes amontonándose, impresiones a toda velocidad, como fotogramas de una película, sin un instante para saborearlas como se debería: con una copa de barbadillo en la mano y escuchando a Camarón en la tasca del Manteca.
En mi recuerdo, ese instante de atardecer eterno en la caleta, con ese sol bermejo y ese océano encendido, testigos de tantos milenios.
He estado en Cádiz cuatro días tan fugaces como el vuelo rasante de una gaviota. Tengo la sensación de haber estado por allí y tengo fotos que parecen atestiguarlo pero me gustaría volver con mucho más tiempo para corroborar la sospecha de que esos lugares son más que hospitalarios. Espero disfrutar en el futuro de esa oportunidad y estar un poco más de tiempo con Balbo.
Y hay que alegrarse por el color, por el aire, por el sol y por esa gente que uno se encuentra en el camino, y que le hace la vida más fácil y bonita. La vida, que está para compartirla, para eso somos animales de manada.
Gracias, Killo, a ti y a tu familia y a Kino también, que es un fenómeno.