15 junio, 2006

El Colapso

Este fin de semana lo pasé fuera de la ciudad, en el campo, a orillas del Volga, en un lugar muy bonito con una naturaleza de exuberante verdor. El tiempo bueno aunque cambiante, el hotel flojo y la comida mala. Lo de siempre en estos casos de salida de fin de semana a la provincia rusa.

Con el paso del tiempo, Moscú va cambiando, en general para bien aunque, lamentablemente, los cambios en Rusia parece que solo se circunscriben a esta megapólis con forma de pulpo, dejando todo lo demás anclado en su herrumbre secular. De eso te das cuenta en seguida, en el mismo momento que intentas salir de la ciudad, al atravesar la puerta de acceso a cualquiera de sus estaciones de tren .

El caos, el polvo, la mugre y la resignación de ropa vieja se pueden ver ya en las taquillas de los trenes de cercanía. Nada ha cambiado en los últimos quince años - ¡Dios, quince años ya..!- Los mismos enormes vagones destartalados de bancos de madera y puertas corredizas. En en fondo no son feos. Muchos de ellos son de fabricación reciente pero lucen vetustos y parecen sacados de un museo, de otra época, de otra dimensión que chirría al contacto con esta. Son vagones de estética "sixty soviet" pasados por el tamiz de la desidia y la dejadez. Mal pintados, con las puertas atrancadas y los cristales eternamente sucios. Y todos llenos a reventar, con todos los bancos ocupados, con los pasillos abarrotados y la gente embutida entre bultos y botes de cerveza matinal. Gente triste, de mirada perdida, esperanza olvidada y ademán violento.

Estas escenas, este tipo de escenas al principio resultan chocantes, después - irritantes, posteriormente pasan a la categoría de comedia forzada y terminan por convertirse en algo triste, gris plomizo, como un dolor sordo que te corroe el alma.

Y sin embargo, después de un regreso realizado en autobús por probar otras vías de transporte, se llega a la conclusión de que el viaje en tren es solo un purgatorio. Moscú también ha cambiado para mal en espacio. Esta ciudad se ha hecho pequeña, está saturada hasta más no poder. Es una urbe planificada para no más de cuatro o cinco millones de habitantes que, actualmente soporta oficialmente a unos once, pero que en realidad debe pasar de los quince.

De planta radial, medieval, con lo valioso en el centro y con unos accesos tortuosos para dificultar la entrada del invasor, la capital de Rusia es una ciudad monstruosa y centro de peregrinaje en la que todo ruso quiere vivir, como colofón sus ambiciones de progreso y de bonanza, lejos del estancamiento y la desesperación de sus madrigueras. Otra instantánea del tercer mundo, como Rio de Janeiro o Mumbai.

Y lo que dificulta la entrada, dificulta la salida y dificulta el movimiento. La circulación en Moscú no es difícil, ni caótica. Esta colapsada. Las horas punta cada vez son más. Por las calles solo se puede circular con cierta fluidez de madrugada. Desplazarse en coche en esta ciudad es garantía de llegar tarde, desesperarse en el camino y tragar gases a mansalva, por mucho que el coche sea un Lexus o un Land Cruiser siempre se comparte el asfalto con los zhigulí o los Izh nacionales - generosos surtidores de monóxido de carbono, plomo y otras delícias de la combustión de la adulterada gasolína del país.

Nuestro viaje sirve como ejemplo de lo atribulado de la circulación. La ida en tren nos costó dos horas y el regreso en autobús – tres; con la salvedad de que salimos del centro de la ciudad y volvimos al extrarradio de la misma en la mañana de un día festivo.

Semáforos, atascos, adelantamientos espeluznantes por las cunetas, atolladeros en cada pueblo... en seguida se evapora el poso de paz acumulado a orillas del Volga.

Yo he tenido en esta ciudad dos coches pero me deshice de ellos, por distintas razones. El automóvil en esta ciudad es un lujo de utilidad cierta, pero puntual. Caro y enfadado, una fuente de estrés, problemas y malas vibraciones.

Y en esta vida perder el tiempo en vano es criminal...