ПО ПОВОДУ ПРЕСЛОВУТОГО «СМЕЩЕНИЯ ФАЗЫ».
(Sobre el ya manido “desfase”)
Всегда трудно начинать такого рода рассказов, и трудно прежде всего потому что нужен особый талант, чтобы правдивым образом рассказать реальные события, сильно отдающие фантазией. То есть, чтобы читатель воспринимал прочитанного как правда, ни на секунду не сомневаясь; а у меня такого дара нет...
Bueno, como el tema en sí carece de interés para los lectores rusos, continuaré en castellano. En realidad, los hechos que os voy a contar no entran dentro de lo habitual , aunque tampoco son extraordinarios. Francamente a mí no me parecen sorprendentes, quizá porque llevo demasiado tiempo aquí y estoy curado de espanto, o porque estoy tan “injertado” en esta sociedad que sus usos y costumbres ya no me escandalizan. Lo que sí sé es que para el lector ibérico - o al menos para el lector no ruso - resultará un tanto curioso.
El sábado pasado, Oleg[1] vino a mi casa a comer. Llegamos a casa hablando de tonterías, de una cosa, de otra... La reunión que empezó con tintes gastronómicos terminó por otros derroteros tan habituales en las conversaciones masculinas. Para conocer bien a la gente no hay nada mejor que prestar atención a los detalles banales, a esas cosas que se dicen sin pensar y, por tanto, sin máscara premeditada, defensa ni cálculo. El comentario de mi amigo sobre el arroz al horno que nos comimos puede servir de llave para descubrir una faceta del carácter ruso. Según Oleg, el arroz requería ser acompañado por un poco de alcohol, de lo cual se deduce que para los rusos una comida sin vodka no es del todo una comida, sino un acto de ingerir alimento; y una invitación sin vodka puede ser casi un insulto. El comentario ya lo han hecho mil veces y una vez más me supuso una pequeña satisfacción - la de ganar una nueva apuesta conmigo mismo “...a que lo dice, a que lo dice...”, a unos se les escapa antes de la comida y a otros después, dependiendo de su educación y su saber estar. En resumidas cuentas, Oleg se comió casi todas las costillas, la morcilla y la panceta, dejando para mí la mayor parte del arroz y tomate asado. Oleg no es muy diplomático, dice y hace lo que piensa, sin dobleces – lo cual siempre es de agradecer, y más en este país donde todo el mundo es amigo del alma pero nunca sabes de qué alma - y en un último intento de quedar bien empezó diciéndome que el arroz estaba bueno, para terminar por hacer trizas sus buenas intenciones con un “aunque yo le hubiese echado smetana”.
Después de la comida, y apurando una copa de vino español, al que no le encontró peros, entramos en situación. El tema se desvió de un pecado capital a otro, de la gula a la lujuria. En el caso de los rusos es muy difícil hablar de pecado, o de vicio, en estos temas. Para el ruso (y la rusa) tanto la gula como la lujuria carecen del barniz de pasión incontrolada y mórbida. Cuando tienen hambre - comen, y cuando tienen apetito sexual, lo sacian sin grandilocuencias ni oropeles[2]... bueno, se podría decir que en el fondo no hay nada personal...
-...estoy harto, las mujeres son unas terroristas sexuales, menos mal que en el gimnasio la situación es tranquila en ese aspecto... si no, me cambiaría de trabajo...
-¿Qué te pasa, hombre? ¿te dan mucho la lata?
-En Krasnogorsk, sí. El otro día pasé por casa de una conocida, no había cenado y ella lo debió notar; me hizo que me sentara, me dio de cenar y me ofreció una copita de vodka, ya sabes con el “¿quieres un poco de vodkita?”[3].
-No está mal, no, aunque después se quejan de que el marido les bebe...
-a estas mujeres no hay quién las entienda, si no tienen al borracho, lo buscan. Tengo un amigo que es un chico estupendo – no bebe y tiene un buen trabajo – al que su mujer le pone los cuernos con un alcohólico terminal...
-Me lo creo, algún caso conozco de esos.
-Bueno, a lo que íbamos, el caso es que yo me había pasado para dejar una cosa en su casa y entre el ofrecimiento de la copita y el descubrirme en su cama desnudo con ella no recuerdo nada. No soy consciente de la cadena de sucesos que llevó de una cosa a otra. ¿qué hago en esta cama? ¿Porqué estoy follando con esta mujer? En realidad no tenía intención ni ganas...
-Buenas amigas... o conocidas tienes tú; además, si ya sabes lo que pasa ¿para qué vas? De todas formas algo te llevaste, al menos una cena gratis... y buena compañía.
-No, si no me quejo, pero es que en el fondo soy un romántico y soy de los que piensan que hay que tener una sola mujer...
-¿Y esta tenía marido?
-No lo sé, creo que no, que está sola.
-Entonces hiciste una buena acción... o más bien ella se procuró la buena acción porque ya sabes, él propone y ella dispone. Si ellas no quieren no hay... ¿Tenía novio o similar?
-No, estará sola, tiene mi edad, además, si yo supiera que tiene novio no me inmiscuiría, ya sabes, tragedias, corazones rotos y al final me toca partirle la cara al pobre chaval (обчистить морду), que va a ir detrás de ella una temporadita.
-Bueno, tampoco es para tanto, porque a ti que te den una buena pelea y además la “ternera” tampoco te va a durar más de un par de noches ¿no será amor?
-No, no... me gustaría enamorarme pero hoy en día es muy difícil encontrar una chica de quién enamorarse y con quién casarse... las niñas de hoy son unas golfas... la otra noche, hace unas semanas me fui a la discoteca de Krasnogorsk con unos amigos. Allí nos encontramos con unas chicas conocidas. Bueno yo conocía a una de ellas de habernos visto otras veces, a las otras no las había visto nunca. Bueno estuvimos charlando, bailando y bebiendo. Pero no sé por qué allá a las 2 de la mañana se me puso dolor de cabeza, tenía el cuerpo un poco mal...
-¿No sería la bebida?
-No creo porque otras veces he bebido más y nunca me ha dado dolor de cabeza, además ¿quién se emborracha con solo 7 botellas de Stariy Melnik? Bueno, el caso es que opté por irme a casa y aproveché que se iban las niñas para irme con ellas.
-¿Para cepillártelas, bandido?
-No, no, qué va, si me dolía la cabeza muchísimo, tanto que en la calle me encontré peor y le dije a mi amiga “¿ Oye, Valya, me puedo quedar esta noche en tu casa a dormir? Me parece que no estoy en condiciones de llegar hasta mi casa...”.
-¿Seguro que no estabas borracho?
-¡Que no, coño!
-Estaría como una cuba...
-El tema es que estaba mal y Valya me contestó que sí, que sus padres no estaban en casa y que podía quedare a dormir. Subimos al apartamento y me acosté, estaba que no podía más...
-¿Subisteis los dos solos al apartamento...?
-bueno, no ella subió con sus amigas, eran tres.
-Oye, por cierto, ¿qué edad tenían las chicas? ¿De tu edad, 28, 30?
-No sé, nunca le he preguntado la edad a la niña... 18 o 19 deben tener... pero son unas desvergonzadas.
-GUM...”primera clase”.
-Yo tenía la puerta de la habitación abierta y con la entrada enfrente del baño, de repente empiezo a oír risas y abro los ojos. La puerta del baño se abre de par en par y salen las tres de allí como una exhalación, desnudas y se me echan en la cama. Yo me puse a gritarles “¡Largaos de aquí, que me duele la cabeza y me encuentro muy mal!” ; ellas – venga la risa, haciéndome cosquillas y metiéndome mano. Finalmente me resigné y les di servicio a las tres...
-La verdad es que mucho no te resistirías y muy mal tampoco te encontrarías.
-En serio, que me encontraba de puta pena, pero estaba claro que no me iban a dejar en paz, además llegué a un acuerdo con ellas para que después de que me las follara, me dejaran dormir en paz. Terminé, me acomodé en la cama y me fui adormilando poco a poco, con la cabeza pesada como sí fuera de plomo. De repente, noto que me despiertan... que me están pajeando...
-La verdad es que a mí una cosa semejante... ¡Es que parece una Peli porno! pero lo que tengo claro es que si tengo mal el cuerpo y me revienta la cabeza a mí no me la levantan ni con un gato...
-bueno, a mí se me levanta con relativa facilidad... además, estas zorras eran bastante experimentadas, ya saben como hacerlo para que se levante... se me levantó, pero es como esas veces que se te pone dura pero no quieres follar...
La conversación continuó y se fue disipando poco a poco. Oleg se quejó de que no encuentra mujer, que esa vida que lleva no es buena. Yo le aconsejé que se busque una de unos treinta, entre esas hay alguna esperanza (pocas) de encontrarse con alguna cabeza con una cantidad tolerable de pajaritos, que si tal que si cual... tampoco insistí mucho, porque no es que sufra demasiado. En realidad, a Oleg todo esto le pareció mal porque le dolía la cabeza. Esto su vida, lo que les va, a lo que están acostumbrados.
En ningún momento se me ocurrió poner en duda la veracidad de su historia. La mentira o exageración en algo tan banal para ellos como el sexo no tiene sentido. A ellos les parece casi divertido que sea un tema tan morboso para nosotros.
Por otra parte, mi experiencia en este país me ha llevado a ser testigo directo o a oír historias de semejante fuste. En realidad podría contar muchos cuentos de estos pero ¿para qué repetirme? esto es solo una muestra de un aspecto más de la realidad de este país, quizá del aspecto más peligroso para el colectivo masculino y joven. La tentación es muy grande, sí pero en esta vida hay que pagar por todo, y el precio puede que resulte demasiado alto... iba a ponerme a filosofar pero lo dejo para otra vez, “a buen entendedor...”.
Por último, hubiera sido lo suyo que esta historieta se hubiera escrito en en ruso. En realidad me he tenido que esforzar por traducirla, pero mis principales lectores no la hubieran podido apreciar en su justa medida...
[1] el entrenador del gimnasio donde voy
[2] Siempre hay casos novelescos, pero son los menos.
[3] Esto es una pregunta retórica a la que no es necesario responder.
27 marzo, 2006
23 marzo, 2006
Matando el tiempo
El otro día estuve escuchando una tertulia sobre el concepto de perfección en la radio. Era en la Cadena Ser que, ahora con el milagro de Internet, se puede escuchar... perfectamente, casi en cualquier parte del mundo; aunque sin el romanticismo del crepitar de las ondas de radio en los avatares de la atmósfera terrestre.
¿ A quién le puede importar eso? Y esa misma reflexión me pilló un poco por sorpresa. Quizá importaba hace tiempo, en la infancia..., más bien durante la adolescencia, cuando defendía con más firmeza que nunca la idea más peregrina y cambiante, y buscaba una referencia inmutable de facetas perfectas.
Durante esa pubertad que me crecía desmesurada y rápida, apresurada y desigual. Cuando mi traje era ancho o estrecho, largo o corto dependiendo el día y de la parte del cuerpo, dependiendo del momento. Tiempo de desasosiego cuando la incomodidad me hacía buscar a tientas ese estado perfecto, ese lugar perfecto; la belleza perfecta, a la persona perfecta... Días intranquilos y noches inquietas de costado en costado buscando dormir.
Los días diáfanos de la infancia, de conciencia limitada y perfecta quietud, de mañanas alegres y sueño placido me habían abandonado para siempre. Y todavía no habían llegado las noches serenas, cuando la certeza y la resignación de la madurez obligaban a un pacto de no agresión en el que está escrito que las cosas son como son y que lo más razonablemente perfecto es tomarlas de la mejor manera posible.
Los locutores preguntaban a los invitados a la tertulia sobre su concepto de perfección... Las preguntas iban y venían. Todos dudaban porque todos dudamos. La cuestión es inconcreta, incómoda, íntima. Pertenece al territorio profundo, al núcleo de nuestras almas imperfectas, donde anidan nuestros miedos y nuestras inseguridades, donde nuestros demonios luchan denodadamente por perturbar nuestra paz.
Nadie sabía contestar con exactitud, todos se iban por las ramas, divagando; y se asían a la argolla de la inexistencia del concepto o a la paradoja de la perfección de lo imperfecto; a que es aburrida e inservible, insoportable...la perfección.
Y no sé si pensar que no existe la perfección y sí los momentos perfectos: esas situaciones, esos instantes que ya no dan más de sí en su pureza de cristal de roca y que se deshacen con la misma rapidez con la que nacieron, inesperadamente. La perfección sí existe pero el tiempo pasa para ella. La perfección germina, toma forma y plenitud, envejece y se muere con nosotros a cada segundo que pasa. El momento perfecto es lo único que tenemos, de vez en cuando.
¿ A quién le puede importar eso? Y esa misma reflexión me pilló un poco por sorpresa. Quizá importaba hace tiempo, en la infancia..., más bien durante la adolescencia, cuando defendía con más firmeza que nunca la idea más peregrina y cambiante, y buscaba una referencia inmutable de facetas perfectas.
Durante esa pubertad que me crecía desmesurada y rápida, apresurada y desigual. Cuando mi traje era ancho o estrecho, largo o corto dependiendo el día y de la parte del cuerpo, dependiendo del momento. Tiempo de desasosiego cuando la incomodidad me hacía buscar a tientas ese estado perfecto, ese lugar perfecto; la belleza perfecta, a la persona perfecta... Días intranquilos y noches inquietas de costado en costado buscando dormir.
Los días diáfanos de la infancia, de conciencia limitada y perfecta quietud, de mañanas alegres y sueño placido me habían abandonado para siempre. Y todavía no habían llegado las noches serenas, cuando la certeza y la resignación de la madurez obligaban a un pacto de no agresión en el que está escrito que las cosas son como son y que lo más razonablemente perfecto es tomarlas de la mejor manera posible.
Los locutores preguntaban a los invitados a la tertulia sobre su concepto de perfección... Las preguntas iban y venían. Todos dudaban porque todos dudamos. La cuestión es inconcreta, incómoda, íntima. Pertenece al territorio profundo, al núcleo de nuestras almas imperfectas, donde anidan nuestros miedos y nuestras inseguridades, donde nuestros demonios luchan denodadamente por perturbar nuestra paz.
Nadie sabía contestar con exactitud, todos se iban por las ramas, divagando; y se asían a la argolla de la inexistencia del concepto o a la paradoja de la perfección de lo imperfecto; a que es aburrida e inservible, insoportable...la perfección.
Y no sé si pensar que no existe la perfección y sí los momentos perfectos: esas situaciones, esos instantes que ya no dan más de sí en su pureza de cristal de roca y que se deshacen con la misma rapidez con la que nacieron, inesperadamente. La perfección sí existe pero el tiempo pasa para ella. La perfección germina, toma forma y plenitud, envejece y se muere con nosotros a cada segundo que pasa. El momento perfecto es lo único que tenemos, de vez en cuando.
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