En el agitado y revuelto mar de ideas irrelevantes y de fragmentos inservibles de pensamientos que es la abrumadora mayor parte de mi actividad cerebral me he encontrado con un pedacito que ha llamado mi atención.
Bien pensado, eso de pescar tropezones en esa sopa de ideas e intentar aglutinarlos con algún sentido es un ejercicio mental tan digno como el de resolver un crucigrama o un puzzle. Una afición que puede estar tan bien o tan mal como cualquier otra.
Así que puestos a resolver otro puzzle, la primera pieza la tenía ya.
Una vez mi hermano me contó que su profesor de contrabajo -un fuera de serie en esto de la pedagogía musical- contestó a sus preguntas sobre el talento musical con la siguiente perla, concluyente y lapidaria: “el genio es sufrimiento y no merece la pena”.
Un personaje pintoresco y una frase brillante. Me metí las palabras en el bolsillo para una futura utilidad. Y, andando el tiempo, se la encontré, como termina por encontrarse todo lo que se busca.
Dos hechos inconexos: mi inminente paternidad y la tendencia al análisis de algunas personas. Los dos hechos se juntaron en mi cabeza casi inmediatamente, se fundieron en una pieza y se proyectaron automáticamente al recuerdo de la frase del músico “...y no merece la pena... y no merece la pena...”
No recuerdo muy bien en qué orden tuvieron lugar las asociaciones en mi cerebro. Esa efímera sucesión que tiende a olvidarse con rapidez y que convendría anotar siempre, para poder repasar después, entre sus eslabones, las claves de nuestros errores o de nuestros aciertos.
Pero nadie, o casi nadie, toma nota de nada y mucho menos del desbarajuste que pasa por su cabeza.
La cosa empezó con la inocente frase de un amigo, durante una de esas conversaciones de relleno a las que se recurre para matar el silencio - que a veces es tan bello- de una tarde. Mi amigo decía tener un familiar gran aficionado a la reflexión, a las cuestiones metafísicas... un amante del análisis de la casuística de la mente humana. ¿?¡?
¡Vaya tela, ahí queda eso…!
Y ahí se quedó, flotando en el cerebro entre millones de voces, de imágenes, mientras, mi amigo y yo pasamos a deliberar temas mucho más enjundiosos, como la elección de restaurante para la cena.
Para mi desgracia, yo soy también caviloso y la frase se me atrancó. No logré que se perdiera en el torrente del olvido... No tuve suerte.
¡Maldita sea!
“¿Analizar el funcionamiento de la mente...? ¡qué rollo! ...con lo complicadas que son estas cosas, con lo complicados que somos... con lo bonito que es estar pensando en cosas realmente interesantes: en chicas, en ir a pescar, o mejor aún, con lo agradable, con lo pleno que resulta no pensar en NADA. ..aunque, vista así, la mente también puede ser una cosa muy sencilla: se complica si la complicas, pero, inicialmente, es algo simple – una hoja en blanco…
En este punto, mis pensamientos establecieron una conexión con otro núcleo temático, con otra de las piezas del puzzle – el nacimiento de mi hija.
Ella, que vendrá a este mundo con su cabecita limpia, en blanco, con la carga de información justa para mantener su cuerpecito en funcionamiento y unos pocos instintos de supervivencia. Su cerebro la parte más valiosa de la que disponemos estará virgen, en potencia, como un diamante en bruto.
Un diamante - que no es más que una piedra-, una roca más de los trillones que hay en la naturaleza. Un elemento que, intrínsecamente no tiene mayor valor, no vale más que un cuarzo, que una bauxita, que una simple caliza. Y solo adquiere valor en virtud de nuestras necesidades, de nuestros deseos... en su estado primigenio, en su momento de paz, todos los minerales son iguales aunque sean diferentes. Son todos guijarros.
Un diamante es, probablemente, la piedra preciosa que más se asemeja al cerebro. El elemento con más valor potencial de la naturaleza. Cuando lo encontramos y nace para nosotros, comienza inmediatamente su transformación y aumenta su valor añadido.
Una transformación que se rige por unas estrictas reglas, técnicas y estéticas, establecidas por el tiempo y las tradiciones, y dirigida por la mano maestra de un joyero. Cuanto mayor es el guijarro en cuestión, mayor es también la responsabilidad y más fino es el artesano y su trabajo. El error puede ...salir muy caro.
Pero mis pensamientos iban por otros sitios muy distintos a los de la eficiencia en la utilización de los recursos humanos.
El tallado de un diamante consiste en desprender pedazos, en crear facetas y grabar rasgos anteriormente inexistentes. Consiste en labrar, en “lastimar” su superficie. Cuantas más facetas tiene, cuanto más rico es el diseño, mayor es su valor...
Con el cerebro pasa igual pero con la de que, mientras el tallado es un proceso estrictamente controlado por la técnica y la pericia en el reducido espacio del taller del joyero y sobre un elemento inerte, el proceso de enriquecimiento de la mente es multilateral e incontrolado: el objeto lo absorbe codiciosamente todo, sin orden ni concierto, lo bueno y lo malo. Conocimientos y emociones a borbotones, sin solución de continuidad, que sajan, que hacen sufrir, que marcan a fuego y conceden un diseño único a nuestra personalidad.
Y la luz, la vida que lo atraviese ya nunca volverá a ser la misma, se descompondrá en colores, se distorsionará en dibujos imposibles; nos ofrecerá un espectáculo muy alejado de su pureza inicial. En la inmensa mayoría de los casos el resultado será irrelevante, banal – vulgar; en algunos - degradado, enfermizo...
Pero siempre hay un puñadito de ellos, donde coinciden la potencialidad y las vicisitudes afortunadas de la vida, que da un resultado maravilloso, bello, genial. Como un castillo de fuegos artificiales, como una flor de arrollador disfrute, de nuestro disfrute, del disfrute del espectador...
Las personalidades más sobresalientes suelen ser las más “talladas”, las más trabajadas por el destino. Son las mejor dotadas, las que tienen una mayor capacidad de trabajo y son las más sensibles, lo que significa que son las más susceptibles al placer y, sobre todo, al dolor.
El resultado de esta mezcla de ingredientes en el crisol del cerebro es imprevisible. Pero, con demasiada frecuencia, detrás de cada brillo hay demasiadas sombras y en cada faceta - demasiadas aristas. Para desarrollar una capacidad superlativa hay que sacrificar demasiados aspectos de la vida. Demasiado sufrimiento para un placer que suele ser para otros y que, no, no merece la pena.
El talento es una conjunción de circunstancias. Es una cruz, un destino muy a menudo sufriente que, si te viene dado, no tienes más remedio que asumir y apurar hasta el final, como todo en esta vida, como la propia vida.
Aunque indudablemente tiene sus satisfacciones, yo no lo envidio y no lo quiero para mi hija. A ella le deseo una vida normal, sin cimas, sin simas. Una vida estable, con las complicaciones habituales, que la estimulen y la muestren el valor de las cosas pequeñas.
Aunque bien mirado eso también es un talento, un gran talento, y ese sí que merece la pena. El raro don de contentarse con lo que la vida da. La alegría de vivir, eso es lo que te deseo, Inés.
Bien pensado, eso de pescar tropezones en esa sopa de ideas e intentar aglutinarlos con algún sentido es un ejercicio mental tan digno como el de resolver un crucigrama o un puzzle. Una afición que puede estar tan bien o tan mal como cualquier otra.
Así que puestos a resolver otro puzzle, la primera pieza la tenía ya.
Una vez mi hermano me contó que su profesor de contrabajo -un fuera de serie en esto de la pedagogía musical- contestó a sus preguntas sobre el talento musical con la siguiente perla, concluyente y lapidaria: “el genio es sufrimiento y no merece la pena”.
Un personaje pintoresco y una frase brillante. Me metí las palabras en el bolsillo para una futura utilidad. Y, andando el tiempo, se la encontré, como termina por encontrarse todo lo que se busca.
Dos hechos inconexos: mi inminente paternidad y la tendencia al análisis de algunas personas. Los dos hechos se juntaron en mi cabeza casi inmediatamente, se fundieron en una pieza y se proyectaron automáticamente al recuerdo de la frase del músico “...y no merece la pena... y no merece la pena...”
No recuerdo muy bien en qué orden tuvieron lugar las asociaciones en mi cerebro. Esa efímera sucesión que tiende a olvidarse con rapidez y que convendría anotar siempre, para poder repasar después, entre sus eslabones, las claves de nuestros errores o de nuestros aciertos.
Pero nadie, o casi nadie, toma nota de nada y mucho menos del desbarajuste que pasa por su cabeza.
La cosa empezó con la inocente frase de un amigo, durante una de esas conversaciones de relleno a las que se recurre para matar el silencio - que a veces es tan bello- de una tarde. Mi amigo decía tener un familiar gran aficionado a la reflexión, a las cuestiones metafísicas... un amante del análisis de la casuística de la mente humana. ¿?¡?
¡Vaya tela, ahí queda eso…!
Y ahí se quedó, flotando en el cerebro entre millones de voces, de imágenes, mientras, mi amigo y yo pasamos a deliberar temas mucho más enjundiosos, como la elección de restaurante para la cena.
Para mi desgracia, yo soy también caviloso y la frase se me atrancó. No logré que se perdiera en el torrente del olvido... No tuve suerte.
¡Maldita sea!
“¿Analizar el funcionamiento de la mente...? ¡qué rollo! ...con lo complicadas que son estas cosas, con lo complicados que somos... con lo bonito que es estar pensando en cosas realmente interesantes: en chicas, en ir a pescar, o mejor aún, con lo agradable, con lo pleno que resulta no pensar en NADA. ..aunque, vista así, la mente también puede ser una cosa muy sencilla: se complica si la complicas, pero, inicialmente, es algo simple – una hoja en blanco…
En este punto, mis pensamientos establecieron una conexión con otro núcleo temático, con otra de las piezas del puzzle – el nacimiento de mi hija.
Ella, que vendrá a este mundo con su cabecita limpia, en blanco, con la carga de información justa para mantener su cuerpecito en funcionamiento y unos pocos instintos de supervivencia. Su cerebro la parte más valiosa de la que disponemos estará virgen, en potencia, como un diamante en bruto.
Un diamante - que no es más que una piedra-, una roca más de los trillones que hay en la naturaleza. Un elemento que, intrínsecamente no tiene mayor valor, no vale más que un cuarzo, que una bauxita, que una simple caliza. Y solo adquiere valor en virtud de nuestras necesidades, de nuestros deseos... en su estado primigenio, en su momento de paz, todos los minerales son iguales aunque sean diferentes. Son todos guijarros.
Un diamante es, probablemente, la piedra preciosa que más se asemeja al cerebro. El elemento con más valor potencial de la naturaleza. Cuando lo encontramos y nace para nosotros, comienza inmediatamente su transformación y aumenta su valor añadido.
Una transformación que se rige por unas estrictas reglas, técnicas y estéticas, establecidas por el tiempo y las tradiciones, y dirigida por la mano maestra de un joyero. Cuanto mayor es el guijarro en cuestión, mayor es también la responsabilidad y más fino es el artesano y su trabajo. El error puede ...salir muy caro.
Pero mis pensamientos iban por otros sitios muy distintos a los de la eficiencia en la utilización de los recursos humanos.
El tallado de un diamante consiste en desprender pedazos, en crear facetas y grabar rasgos anteriormente inexistentes. Consiste en labrar, en “lastimar” su superficie. Cuantas más facetas tiene, cuanto más rico es el diseño, mayor es su valor...
Con el cerebro pasa igual pero con la de que, mientras el tallado es un proceso estrictamente controlado por la técnica y la pericia en el reducido espacio del taller del joyero y sobre un elemento inerte, el proceso de enriquecimiento de la mente es multilateral e incontrolado: el objeto lo absorbe codiciosamente todo, sin orden ni concierto, lo bueno y lo malo. Conocimientos y emociones a borbotones, sin solución de continuidad, que sajan, que hacen sufrir, que marcan a fuego y conceden un diseño único a nuestra personalidad.
Y la luz, la vida que lo atraviese ya nunca volverá a ser la misma, se descompondrá en colores, se distorsionará en dibujos imposibles; nos ofrecerá un espectáculo muy alejado de su pureza inicial. En la inmensa mayoría de los casos el resultado será irrelevante, banal – vulgar; en algunos - degradado, enfermizo...
Pero siempre hay un puñadito de ellos, donde coinciden la potencialidad y las vicisitudes afortunadas de la vida, que da un resultado maravilloso, bello, genial. Como un castillo de fuegos artificiales, como una flor de arrollador disfrute, de nuestro disfrute, del disfrute del espectador...
Las personalidades más sobresalientes suelen ser las más “talladas”, las más trabajadas por el destino. Son las mejor dotadas, las que tienen una mayor capacidad de trabajo y son las más sensibles, lo que significa que son las más susceptibles al placer y, sobre todo, al dolor.
El resultado de esta mezcla de ingredientes en el crisol del cerebro es imprevisible. Pero, con demasiada frecuencia, detrás de cada brillo hay demasiadas sombras y en cada faceta - demasiadas aristas. Para desarrollar una capacidad superlativa hay que sacrificar demasiados aspectos de la vida. Demasiado sufrimiento para un placer que suele ser para otros y que, no, no merece la pena.
El talento es una conjunción de circunstancias. Es una cruz, un destino muy a menudo sufriente que, si te viene dado, no tienes más remedio que asumir y apurar hasta el final, como todo en esta vida, como la propia vida.
Aunque indudablemente tiene sus satisfacciones, yo no lo envidio y no lo quiero para mi hija. A ella le deseo una vida normal, sin cimas, sin simas. Una vida estable, con las complicaciones habituales, que la estimulen y la muestren el valor de las cosas pequeñas.
Aunque bien mirado eso también es un talento, un gran talento, y ese sí que merece la pena. El raro don de contentarse con lo que la vida da. La alegría de vivir, eso es lo que te deseo, Inés.
Y en esto terminaron mis cavilaciones y en esto se completó este nuevo puzzle de ideas.
2 comentarios:
Cómo es posible que te haya hecho antes un comentario?Sabes? Ha sido al escribir un verso sobre "la piedra", cuandohe vuelto a tu guijarro.Puedes ver el mio,cuando lo madure, en mi blog o bien dame tucorrreo y te lo enviaré.Ines ya casi casi podrá leerlo..Os deseo la misma suerte que tuvieron las piedras que utilizó Bodín para sus esculturas.Vuelve pronto a escribir!!!
Quise decir: no haberte hecho antes..
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