22 febrero, 2006

Las Olimpiadas de invierno

Están a punto de terminar los JJOO en Turín, los de invierno, que por estos pagos sigue presente y blanco en las calles pero al que tanto en Italia como en España, no le queda ni un suspiro.

Supongo que será porque hoy tengo ese talante. Me da que no son las cosas las que nos hacen reflexionar sino que es nuestra necesidad de reflexión la que encuentra los motivos para ello.

Y hoy me ha dado por buscar diferencias (debo tener la serotonina baja). Igual otro día que me esté un poco más animado puede que me dé por buscar parecidos. Y la olimpiada blanca es una diferencia, es uno de esos pequeños detalles que nos separan de los nórdicos, de los rusos. Y el quid de la cuestión no está en la olimpiada en sí, sino en la percepción que se tiene de la misma.

Y a veces me sorprendo en un de esos ataques de mimetismo que me suelen dar: rodeado de amigos estoy en un bar vibrando con el sprint final de la carrera de relevos de biatlón ¡los rusos han ganado la plata contra todo pronóstico!

En ese momento me alegro, de todo corazón me alegro por ellos aunque después me tome la cerveza con un puntito de decepción: yo soy más de Noruega y encima han ganado los alemanes... cesa la crisis mimética, “¿Biatlón...? ¿cómo coño he llegado a ver carreras de biatlón?

Las olimpiadas de invierno con su esquí de fondo, el alpino, el mismo biatlón, los saltos, el patinaje, el hockey (sí, sobre todo el hockey), se viven en Rusia igual que se viven en Suecia o en Noruega, es decir con una intensidad inusitada, con una emoción desbocada a la, supuestamente, estos septentriones son poco dados ¡es que los ves mover las piernas por debajo de la mesa al ritmo que Yulia Chepalova mueve las suyas en su relevo de esquí de fondo! la apoyan, la empujan, la llevan hacia la meta. Y se enfadan tremendamente, y discuten, y pretenden hacer jabón con la grasa de la piel del arbitro que les ha anulado un gol contra el enemigo canadiense en la guerra que es el hockey.

Para ellos los deportes de invierno no son como para nosotros - un espectáculo exótico más o menos interesante. Las llanuras nevadas y los esquís despiertan la llama blanca en sus pupilas y las victorias de los suyos les embargan. Conocen muy bien el roce de los esquís con la nieve, el agradable rasgueo de los patines en el hielo y el sonido seco del golpeo a la pastilla en el hockey. Entienden a la perfección el léxico, las disciplinas y las sutilezas que hacen ganar o perder una carrera.

Los juegos de verano... no son lo mismo. Es cierto que los siguen, pero no les producen las mismas emociones. Quizá porque la mayoría de los deportes son de importación o porque son agotadores y sin ese toque lúdico que da la nieve - frescura, sorpresa, entusiasmo, sobre todo en los niños... y esa luz que viene de todos lados... Los primeros recuerdos son de sensaciones y son siempre los más fuertes.

La diferencia en este caso no está en el temperamento sino en la cosas que lo encienden. Los rusos sienten la misma necesidad de emocionarse que nosotros, pero solo lo hacen con lo suyo, con sus tradiciones, con aquello que son, que llevan en los genes.

A un español, por ejemplo, le pasa lo mismo con el fútbol, el ciclismo y algún que otro deporte más. Un partido de hockey sobre hielo o un eslalon especial puede encandilarlo por un momento (si consigue llegar a entenderlos), pero el latido será por la curiosidad, por lo desconocido... mira hacia lo lejos y salta al vacío desde el imaginario trampolín de saltos.

Y yo ¿qué latido tengo? Pues no sé, son sensaciones encontradas. También conozco el encanto del hielo... Puede que una latido mediterráneo con pequeñas lagunas nevadas. ;-)

Diferencia, similitud - territorio cambiante, subjetivo, que depende del color del cristal con que se mira.

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